martes, 8 de febrero de 2011

Cuchillos Largos IV

Pondría la mano en el fuego a que si digo que ayer me llamó Jeremy Irons nadie me creerá.

Pues lo afirmo: ayer me llamó Jeremy Irons.

Yo, por supuesto, repliqué: Cómo sé que usted es Jeremy Irons. Llamo de parte de Sean Penn, dijo la voz. Le dejé hablar. Me llamaba para hacer extensiva su preocupación por Sean Penn. Sean, dijo, se gobierna... sin gobierno. Va a la deriva. Yo aduje que se dedicaba a impulsar su carrera, y que no bebía ni se drogaba, o que no lo parecía, que es lo más importante; que es lo definitivo, añadí. Jeremy Irons dijo que su aparición en la serie Cuchillos Largos, para cuya cuarta entrega Sean Penn se había desplazado a Barcelona (recuerden el artículo o episodio anterior, cuando Sean Penn llamó desde Barcelona al que les habla) constituía un monumento al despropósito continuado. Como saben, Sean Penn es uno de los protagonistas de la, hasta la fecha, trilogía de Cuchillos Largos, una historia sobre comedores compulsivos terroristas; en ella Sean Penn juega el papel de un pastelero que trata de impedir las acciones de los comedores compulsivos, redimirlos, y también combatir con los más radicales de entre ellos, con aquellos a los que la desdicha convirtió en armas del Mal, aquellos a los que la deriva ha asesinado en vida, y que son bombas de repetición en permanente estallido. Los comedores compulsivos asestan sus golpes a pastelerías, bollerías, chucherías, tiendas de 24 horas, supermercados, frankfurts o dispensadores de perritos calientes, etcétera. 

La lucha armada, claro, cercena sus filas: algunos comedores compulsivos perecen -espiritualmente hablando- en dichos ataques, presa de la tentación, dejando caer sus armas y lanzándose descontrolados a devorar pasteles, bollos.., los sabrosos artículos de alimentación contra los que luchan. En dichas ocasiones el sentimiento de solidaridad imperante en las filas terroristas hace que dichos muertos espirituales sean ejecutados; esto es: que los citados perecen también de cuerpo, literalmente, extinguiéndose así su problema de consumo compulsivo de comida. El establecimiento de Sean es objeto de atentado, aunque él se salva. Durante Cuchillos Largos I y II, Sean se dedica a combatir a los comedores compulsivos en ciudades de la geografía estadounidense, como no podía ser de otro modo. En la tercera entrega, sin embargo, los combates se trasladan a Asia, concluyendo la trifulca cumbre en Zurich, Europa. Ese es el motivo itinerante que trae a Sean Penn a Barcelona para la cuarta entrega. En la que la rivalidad entre Sean Penn y los comedores refleja ya, en la trifulca definitiva, una camaradería de guerreros, un honor de enemigos, un savoir faire y una elengacia, en fin, que según los entendidos catapultará a esta producción hacia los óscar.

Pues bien, esto último de los Óscar Jeremy Irons lo omite (yo me entero más tarde) opinando que ése no es producto para Sean Penn, y su veredicto es que Sean Penn está acabado. Yo a Jeremy Irons le digo que qué me está contando, que yo no soy quien para juzgar la carrera de Sean Penn, que yo bastante tengo con mantener mi puesto de trabajo en la agencia matrimonial, negocio el cual, por otra parte, hace aguas por doquier apenas soltadas amarras, y que con toda probabilidad yo seré la primera rata que lo abandone. En ese momento Jeremy Irons calla, mantiene silencio, no dice nada. Creo que no sabe qué decir. Creo que acaba de darse cuenta de que el mundo no se juega sólo en las cúspides. Sospecho, en ese momento, que Jeremy Irons está protagonizando una evolución, tal vez protagoniza el papel más importante de su vida.

Más tarde telefoneé a Sean Penn y éste me confirmó que, en efecto, había suministrado mi número de teléfono a Jeremy Irons, con la excusa de que éste se había desplazado a Barcelona para rodar unas escenas de Cuchillos Largos IV, aunque Sean añadió que justo después había recibido una llamada del productor informándole que Irons había sido despedido fulminantemente por razones que Sean Penn no me desveló.

Al día siguiente decido ponerme a buscar trabajo pues deseo mejorar. Empiezo a buscar de taxista, acudiendo, sin embargo, a la agencia matrimonial, desde cuyo ordenador remitiré los currículums confeccionados a medida.

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