jueves, 20 de enero de 2011

La muerte (Death, Tanatos)

Llevo seis días sin comer. Doce sin encender la televisión. Quince sin tocar un teléfono. Ocho sin emitir las palabras "Hola", "Caribe mix" y la preposición de modo "de". Y setenta y dos horas sin dormir.

La muerte es, en principio, un asunto de muy mal rollo amiguitos.

Curioso pues la muerte es, en principio, aquello único de lo que no podemos escapar. Reposa la fecha en un calendario seguro. Te alcanza a ti. Me alcanza a mí. A mí, a ti, a él. A nosotros, a vosotros, a ellos. ¿No es, de este modo, algo para lo que deberíamos prepararnos; algo para lo que, al menos, deberíamos intentar prepararnos? Intentarlo. Aceptarla. Un asunto de lo más espinoso. A menos que uno se halle -pobre- inapelablemente postrado ante la cantinela del Qué agobio de vida. Qué agobio de vida. Qué agobio de vida. Y pasa el tiempo y la cantinela no sólo no se diluye ni se difumina un ápice -un par de experiencias menos negras (como turquesa), unos puntitos de aclarado, cierto gris tirando al amarillo sol en extraordinaria ocasión, aún sosteniéndose un resto de jornadas estilo verdín, cetrinas y de poca salud, mas soportables, empero- sino que tocamos la cronicidad, la convicción de un destino, desdichado corazón. Ese es el momento de la tanatoterapia. Si no puedes vencerlo, únete a él. Triste, pero económico, práctico, un bien. Menudo proceso el que en esas mentes ha de conducir al desenlace.

Un día te levantas y mirando una telaraña lo dices: esto es la vida.

Otro remedio para los que encuentren difícil la vida, pero menos, lo encontramos en el extremo opuesto a la tanatoterapia. Son las religiones. Las religiones son un método muy muy bueno. Un remedio excelente. Por ejemplo tú dices (lo sabes): Me moriré. La destrucción, desaparecer, la nada. Impercepción, vacío; desastre, Fin. Y con extraordinaria serenidad obtienes la amable réplica: No, pasas a otra fase, mucho mejor, unido al Chamán, la vida eterna, plenitud, etcétera. Una serie de prestaciones fenomenales. Muy muy recomendables las religiones. Lo mejor. Guía de vida, consuelo, club social, realizan actividades, ayudan a los necesitados; muy bien. Sin embargo, el cabalgar del tiempo te traerá, casi con toda seguridad, nuevas reservas inexplicables para la buena fe. Aguardabas un ascenso en el que tenías depositadas fundadas esperanzas, objetivamente lo merecías, pero fue para otro. Qué injusticia, clamas, se lo pediste a Dios, el Jefe, pero nada. Y decides compartirlo en el club, preguntas, desesperado: Por qué, por qué, por qué, y el mismo gurú rey de la serenidad de la otra ocasión dice entonces: Es una prueba.

Dios te ha puesto una prueba para conocer la fortaleza de tu corazón, de tu fe. Una prueba. Y la vas a superar. Y tu media sonrisa se convierte en una sonrisa si no completa sí de dos tercios, y en breve tal vez del cien por cien, y piensas: Qué listo es Dios. Obtuviste consuelo. Y así sucesivamente.

Y puedes hablar con Él cuando quieras, rogarle que te eche una mano (sólo propósitos biennacidos, claro), Él está siempre dispuesto a escucharte. Ostenta oídos infinitos, está en todas partes, hace compañía a todos. Puedes monologar con él.

Por todo ello, el consejo que os doy, queridos niños, es: Creamos.

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