jueves, 20 de enero de 2011

Un aburrimiento enloquecedor

Esta mañana noté dolor y decidí tomarme un Hello Katyl en la cafetería.

Luego me tomé tres chupitos de licor de avellana y me acodé sobre la barra. Luego me tomé un último chupito de licor de avellana.

Luego me puse a ensayar el dudoso arte de la conversación con el encargado.

El encargado es hijo adoptivo del dueño y de su discurso emana ininterrumpidamente un sordo rencor hacia sus progenitores.

Y en un determinado punto ya nos metíamos en camisas de once varas, en el más peludo de los asuntos que ocupa a los humanistas -más que a la humanidad- que es el propio de la naturaleza humana, y le dije que ya guardara la botella, que no iba a beber más.

¿Dónde estaba? Sí, un asunto... buf. Menudo asunto amigos. No sé, tres mil años llevan nuestros descendientes y nuestros contemporáneos debatiendo al respecto para haber acabado dejando los foros más calientes de lo que entraron, desmejorados y sólo satisfechos por la sensación del deber de lucubrar cumplido, lo que no te conduce a ningún lado, a menos que seas un académico becado o asalariado, o un estudiante que deberá echar un vistazo de mala gana a sus apuntes para obtener el aprobado...

Entonces.., sí, cierto, corrijo, lo reconozco, en sus buenos gramos de beneficio redundan esos debates y construcciones sesudas que consisten en cifrar con estilo, a través del tapiz de la retórica -y hasta de la lírica- el puro sentido común. Pues nada ha dicho un filósofo o un poeta que no se hallara vertido ya en el anonimato infinito de la historia por hombres sin formación que se sentaron sobre una piedra durante años a ver pasar el mundo y la vida (que viene a ser lo mismo), siempre que acostumbraran dormir por las noches y comer por las tardes.

Eso dije, y luego me recogió mi novia para llevarme al cocktail en donde habíamos quedado con ese nieto de un primo de Marlon Brando o algo así, y me dormí en el coche.

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