sábado, 29 de enero de 2011

My night

Si echan un vistazo a los periódicos de hoy leerán que Charlie Sheen convalece (una vez más) de otro fuerte acceso de arrojo por la vida, arrojo por la vida o a la vida, tanto da, ambas suenan, sube la música amigo, el caso es que se tira de cabeza a la vida, los gastos nos son problema; El País publica un ingenioso titular al parecer limitándose a dar fe de los hechos, y ese epígrafe dice: "Charlie Sheen, 36 horas de fiesta, un maletín de cocaína y al hospital". Yo creo que cualquier cosa que añada habrá de ir en demérito de la onda expansiva de este simpático titular. Me ceñiré, sin embargo, a añadir que la fiesta era dos tías y él, nada de amigotes plastas, este tío va en serio.

Ahora me referiré a mi agenda. ¿A qué no saben quién me espera esta noche en un cocktail con dos amigas? No me espera Charlie Sheen, he provocado ese automatismo en sus mentes, estoy en plan facilón, soy facilón, es verdad, no (y lo que ahora voy a decir sonara estúpido y más facilón todavía, pero se ciñe a los hechos calendados), yo he quedado con Carlos Sheen, que es un actor de teatro nacido en Bristol, Inglaterra, vástago de padres norteamericanos mudados a la madre patria británica y a cuyo hijo pusieron Carlos, tal cual, porque Herbert, el padre de Carlos, de adolescente, de viaje por España con sus padres -los de Herbert, claro- y futuros abuelos de Carlos escuchó como unos sindicalistas hablaban de Carlos Marx y regresó a casa prendado de tal evocación. Los ecos de esa mención lo desviarían muchos años después en dirección a la ya mencionada Bristol, Inglaterra, a la que se adjudica el nacimiento del trip-hop, casi nada, con baluartes de la talla de Portishead o Massive Attack, casi nada, decía, el caso es que los motivos de los Sheen nada tuvieron que ver con la música.

Pues la cosa es que Carlos Sheen, que ya salió a recoger con un taxi a las dos amigas, me espera en el cocktail y no sé lo que pasará pues Carlos, es verdad, lleva tres días estacionado en mi casa, estacionado es un decir, durmiendo sería una falsedad, pernocta, más o menos, el caso es que mi casa es su referencia, el cuartel general al que el soldado en permanente misión de combate nunca regresa, o casi nunca regresa, o el cuartel en el que el soldado apenas mete el pie para lo obligatorio, aunque, venga, siendo literales, el muchacho ha de dormir, o sea: todo es un decir, Carlos, decía, está huído de su inglesa patria, Bristol, Gran Bretaña, donde al menos en los cenáculos dramáticos (de la dramaturgia, quiero decir) goza de una razonable reputación de putero más o menos dotado para el arte dramático, así como le azota el claro estigma de incumplidor de contratos, de contratos con productores teatrales, básicamente.

Esta tarde, mientras desayunábamos, Carlos estaba como loco de entusiasmo: ¡históricas revueltas en el mundo árabe! Y lo ha maravillado una noticia a la que hacía referencia la columna vanguardista de Quim Monzó (el cual, por cierto, se parece mucho al vecino de un primo mío que se pasa el día cantando jotas) por la referencia a unos hechos acontecidos en su país. La noticia era que, planeado por el ayuntamiento de Stony Stratford el cierre de la biblioteca municipal a causa de los recortes sociales, un grupo de ciudadanos, ni cortos ni perezosos, se confabularon por internet y previo cálculo ponderado tomaron prestados, sacaron mediante préstamo, la aboluta totalidad de volúmenes de la biblioteca antes de su clausura (16.000). Parece lógico que la biblioteca, ese templo del saber, no pueda cerrar con su patrimonio desperdigado. Aunque el saber no ocupa lugar, la biblioteca es el lugar que ese saber ocupa, y el cual los mentados ciudadanos se resisten a abandonar. Somos gente de costumbres.

A renglón seguido de la hazaña de los ingleses bibliófilos, Quim Monzó nos ilustra sobre una mudanza que lo ocupó hace unos años, procediendo entonces a seleccionar aquellos de sus libros (unos 2.000 títulos) que no conservaría. Fue contactando biblioteca tras biblioteca en Barcelona, y ante el nulo entusiasmo percibido para recibir la donación (asustaba, dice Monzó, catalogar todo ese tonelaje) tiró los 2.000 a la basura, es decir, al container.

Esta noticia de los ciudadanos bibliófilos ha revolucionado a Carlos Sheen, que brindaba con absenta -azucarada- en llamas por la revolución mundial de las noches, y la de los días, y la de los libros, y tanta tontería que yo ya no sabía si acabarme la botella en plan kamikaze, en plan harakiri, o regresar a la cama, que nos habíamos acostado a las 11 de la mañana.

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